miércoles, 14 de abril de 2010

CRONICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA (1981)


Nunca se estableció muy bien cómo se conocieron. La propietaria de la pensión de
hombres solos donde vivía Bayardo San Román, contaba que éste estaba haciendo la
siesta en un mecedor de la sala, a fines de setiembre, cuando Ángela Vicario y su
madre, atravesaron la plaza con dos canastas de flores artificiales. Bayardo San Román
despertó a medias, vio las dos mujeres vestidas de negro inclemente que parecían los
únicos seres vivos en el marasmo de las dos de la tarde, y preguntó quién era la joven.
La propietaria le contestó que era la hija menor de la mujer que la acompañaba, y que
se llamaba Ángela Vicario. Bayardo San Román las siguió con la mirada hasta el otro
extremo de la plaza.
-Tiene el nombre bien puesto -dijo.
Luego recostó la cabeza en el espaldar del mecedor, y volvió a cerrar los ojos.
-Cuando despierte -dijo-, recuérdame que me voy a casar con ella.

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